jueves, 28 marzo 2024
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Dolor de patria

A Maduro, como nunca supo lo que era estudiar o trabajar, no le importa que los jóvenes venezolanos pierdan su presente y su futuro. Insiste en ahondar en las causas que nos han traído a la mayor tragedia que hemos vivido como nación y pareciera regocijarse en ello.

@cjaimesb

Acabo de ver un video en Twitter, comentado con dolor por la periodista Idania Chirinos, que me dejó perpleja y con una tristeza infinita: la Policía peruana, en una suerte de cayapa, despoja a un muchacho venezolano de una caja de chocolates que tenía para vender y que constituía su única fuente de ingreso.

Mientras está rodeado por los agentes, el joven declara a un canal local que no es la primera vez que lo detienen. Asegura que no es un delincuente. Con educación entrega sus papeles. Se queja amargamente de que la vez anterior, el policía que lo abordó le mentó la madre. No los conté, pero los agentes rodeaban al venezolano eran muchos. No sé cuántos policías se necesitarán en Perú para detener -o para pedirle los documentos- a un muchacho desarmado que no le estaba haciendo daño a nadie.

Sentí rabia. Sentí dolor. Sentí impotencia. ¿Por qué un joven compatriota tiene que pasar por esas humillaciones? ¿Por qué quitarle su único sustento? Pero después de un tiempo de reflexión y sin dejarme llevar por la rabia inicial, me di cuenta de que la culpa no es de la Policía peruana. Ellos están haciendo su trabajo. La culpa no es de los peruanos. Ellos han acogido a casi un millón de venezolanos y hay que ver el desbalance y la crisis que causa a una economía emergente como la de ellos que de pronto les llegue esa enorme cantidad de personas. La culpa es del régimen de Nicolás Maduro, que ha logrado que jóvenes como éste -que pudieran estar en Venezuela estudiando, trabajando, emprendiendo- estén hipotecando su juventud vendiendo chocolatitos en otro país.

Además, no puedo dejar de reconocer que de Venezuela también ha emigrado la delincuencia. Estuve hace poco en Chile y otros venezolanos nos dijeron que muchos de los carteristas que pululan por Santiago a horas pico, por desgracia, son venezolanos. Los reconocen porque van en moto, en parejas… igual que aquí. Pero el prejuicio es dañino. La mayoría de quienes se han ido de Venezuela son personas trabajadoras que agotaron todas sus posibilidades antes de agarrar camino, camino que muchos hicieron a pie.

A Maduro, como nunca supo lo que era estudiar o trabajar, no le importa que los jóvenes venezolanos pierdan su presente y su futuro. Insiste en ahondar en las causas que nos han traído a la mayor tragedia que hemos vivido como nación y pareciera regocijarse en ello. Y quienes lo apuntalan, también son culpables. El gran destructor fue Hugo Chávez, pero Maduro, en vez de cambiar ese proceso, lo ha profundizado. Y los responsables van desde él, pasando por toda su corte de malandros, hasta el personajillo que utiliza su pequeña posición dentro del régimen para matraquear. Sin olvidar, por supuesto, a quienes haciéndose pasar por opositores se han hecho multimillonarios, como los bolichicos y otros ni tan “boli” y ni tan chicos. ¡Prohibido olvidar!

Espero que todos los que nos causaron este daño paguen por sus crímenes. Yo no los perdono. Tengo un dolor de patria que no me lo quita nadie.